14 febrero 2007

casa patio perro

La niña intenta mirar por la ventana del gran espectáculo. Parece disfrutar sus días, aunque los vive sin darse cuenta. No alcanza la ventana y se pone en puntas de pie. Sus dedos pequeños rasguñan el borde, intentando encaramar el cuerpecito en el marco de descolorida madera blanca.

Se desespera y llora. Acude el hermano a su sollozo y la levanta. Por fin ella puede observar la gran bahía. Y se asombra.

Todo lo nuevo comenzaba a ser conocido por la vista y no por la boca, como antes. Revolvía revistas viejas mirando colores y formas. Las pequeñas patas de mosca parecían decir algo. Ella se esfuerza por escuchar.

Su habitación tiene un pequeño cuarto que hace las veces de closet. La niña entra en su oscuridad y se esconde. Espera a ser encontrada. Nadie la busca.

Ahí encuentra el botiquín de la fallecida tía enfermera, cuyo nombre arrastra la niña. Como pecando, lo abre y saca sondas amarillas y una caja metálica con jeringas de vidrio. Secreto invaluable. Nadie debe saberlo. Hay alguien afuera del cuarto, cantando con voz de mujer. La niña sospecha que esa persona es su hermana.

El padre aparece con la noche. La niña corre a abrazarlo. El padre le trae regalos y juega con ella, hasta conseguir el sueño. Entonces la lleva a su cama, y la niña despierta, pero finge dormir. Siente el traslado en los brazos del padre, aquella sensación de vacío, que se mezcla con el ensueño y el cansancio. Imagina que vuela. El padre la acuesta y la tapa con su frazada azul. La niña, tibia y medio dormida, disfruta el frío de las sábanas. Y se enrosca como un chanchito de tierra, para no perder calor. Aún lo hace.

La madre es muy hermosa y tiene un largo cabello negro que despierta la atención de la niña. Intenta acariciarlo, pero la madre no la deja. Quiere tocar su cara, pero la madre evita su mano. La niña comienza a creer que está al frente de un ser intocable, casi imaginario. El rechazo causa aburrimiento y cesa de buscar a la madre. El cariño se vuelve, entonces, obligatorio.

La niña tiene un perro castaño y ciego que se traduce a un niño con forma de perro. El patio de su casa le ofrece muchas posibilidades para jugar e inventar historias y mundos. El nogal es fácil de escalar, y tiene una rama-hamaca que permite la lectura de cualquier libro amarillo. La muralla hacia el terreno infértil es fácil de escalar, y los cuartos abandonados tienen muchos tesoros del pasado; en el gallinero hay huevos de paloma y una guarida de piratas llena de botellones azules y verdes. Al lado del naranjo hay un camino que conduce a la casa de una bruja de pelo blanco y escoba. Las flores rosadas tienen perlas en su interior, la escalera posee un pasadizo secreto hacia ningún lugar. Los tomates de la huerta pesan un kilo cada uno y los pétalos de la camelia dibujan personas en la tierra. En el estanque viven peces gordos que nadan en círculos eternamente. Los soldaditos de plástico juegan a la guerra en el orégano. Las piedras son techos, el pasto es selva y las hojas son naves. El perro-niño le cuenta cómo perdió la vista.

La niña encontrará la ventana del gran espectáculo muchas veces.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

(lindo cuento)

Anónimo dijo...

Y, esa casa era la envidia de otros pre púberes porteños, y veo que fue fértil pasto para la imaginación, tanto pasada como presente. Está muy bonito.

Besos,

M.

Anónimo dijo...

hermoso!!!!
amiga, espero tu primer libro :)